Escucho el latido de un secreto. Traigo rumores de la piel de adentro.
Me preparo para fundirme en el vértigo de un salto, desde el margen de mi
envoltura hacia lo hondo de mi cuerpo. Es aquel umbral la orilla de mi impulso;
desde donde no puedo verme, puedo sentir la tierra y todos sus pulsos.
Me exprimo entre mis brazos hasta que la realidad quede lejos del rubor de mi Me retuerzo hasta hacer de mi sangre arroyo, Existo etérea y frugal, hasta chocar con el instante letal que apunta a un centro: He llegado a que se caiga la corteza; donde el rumor se vuelve viento y late la
existencia. Me escurro en mis pliegues hasta ser desliz,
escombro, entrelínea. Leer más
de mi respiración gravedad,
de mis poros semillas.
vivo. Vuelvo a mi inicio con los cueros gastados. Algo crece.
Soy mi propio rastro sin tiempo, mi huella más orgánica, mi más crecido
capullo. Soy anterior a todo lo que ven. Soy la distancia más lejana de mi
centro. Subterránea y silenciosa, soy el declive desde donde ya no hay
descenso.
textura de mi supervivencia, donde en la oscuridad vibra mi luz más primitiva y
lo único que resta por pintar está escrito en las bocas de mi piel.
“Al primer canto del gallo, las cocinas del remoto pueblo de Tres Capones, en la Provincia de
Misiones, se visten con la luz que entra por las ventanas. Fotografías en las paredes relatan una
historia en movimiento; la llegada de inmigrantes que han formado comunidades curtidas por
el tiempo (…) Qué heridas del pasado siguen aún presentes en la vida que sin prisa transcurre
en Misiones”.
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