Los días en el bosque y las montañas me empujan a construir una intimidad con el territorio para lo cual es necesario tomar distancia. Des-observar y volver a observar. Escribir, fotografiar. El asombro, esa cualidad tan propia del desconocimiento, sensibiliza la mirada.
Los bordes entre humanx-naturaleza ¿existen?
Exploro y percibo que lo que me rodea encarna un misterio que me excede. La tensión florece, las distancias se acortan y el lenguaje deja de ser un rastro. La naturaleza se convierte en un espacio extraño y revelador.
En todo lo que creo saber hay siempre una fuga, un resto inadvertido que sobrevive. Mi sed humana insiste, pero siempre falla; lo escrito no describe, la imagen no alcanza y en el territorio predomina la perpetua sensación de que todo está por suceder.
Allí voy y es allí a donde vuelvo. –
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